miércoles, 23 de septiembre de 2015

Retratando la belleza

Louis era el alter ego de Ismet, un iraquí que salió de su país como preso político durante la caída del régimen. Durante los años de guerra Ismet cambió la vida de cientos de personas y destruyó familias, nunca lo hizo con armas o detonando bombas, lo hizo con crímenes vulgares. 

Justo cuando iba a ir a juicio, su padre consiguió que les dieran asilo en Suiza. Una noche antes de viajar hacia Europa, de alguna manera Ismet se sintió arrepentido o al menos atormentado por lo que había hecho en los últimos años, se fue a dormir con el anhelo de ya no ver más miseria. 

En ese momento nunca se imaginó que ese deseo desesperado se haría realidad. Al día siguiente despertó, abrió los ojos pero no vio ni la luz de su cuarto ni del sol, lo único que tenía para ver era la oscuridad de su propia alma. Como es natural primero sintió miedo, luego desesperación y enojo; gritó como un niño pequeño, su padre llegó a auxiliarlo y le dijo que en cuanto llegaran a Zurich haría que un médico lo revisara. Resignación hasta llegar a su nuevo hogar. Llegó a Suiza, lo vieron especialistas, lo sometieron a terapias y cirugías pero nunca recupero el sentido de la vista. 

Un día mientras reflexionaba lo que había hecho en los últimos dos años recordó ese instante en el que deseó ya no ver más miseria, era justo lo que ahora tenía, una ceguera que le daba el consuelo de no volver a ver dolor pero que también lo privaba de la belleza. O al menos eso fue lo que en primera instancia creyó pero al pasar las semanas y una vez que aceptó y canalizó su propia oscuridad, la sensibilidad volvió a él. Poco a poco agudizó el oído, su tacto fue más delicado y meses después podía sentir el aura de las personas que lo rodeaban. Su alma fue sanando y fue cuando empezó a llamarse a sí mismo Louis. 

Conoció el amor en Elías, con él pudo hablar de los crímenes que cometió, de la ceguera y la sanación de su alma. Fue tormentoso pero de alguna manera los dos se complementaron y en el momento en el que hubo honestidad, Louis captó la belleza de su amante. No fue necesario recorrer su rostro o cuerpo con las manos ni captar su aroma para saber que era bello. Cuando cayó en cuenta de que percibía por primera vez la belleza sin filtros, pidió una cámara y le dijo a su pareja que actuara de manera distraída para que lo retratara. Louis se guiaba por la voz y la percepción del aura, exploró la cámara, no podía enfocar pero sí tomar fotografías. 

Su trabajo era honesto, no tenía filtros y no estaba corrompido; cada fotografía al ojo de los demás era un reflejo de la belleza de la persona que mostraba, no era algo meramente romántico, era belleza bruta con sus tintes de oscuridad, inseguridad y miedo. Era belleza humana.